Communiqué de presse

Adquisición de Irazu, Jauregi, Lazkano y Serra

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La Colección Propia del Museo Guggenheim Bilbao se ha visto ampliada con obras de Pello Irazu, Koldobika Jauregi, Jesús Mari Lazkano y Richard Serra, después de que la Tenedora Museo de Arte Moderno y Contemporáneo de Bilbao, S.L. aprobara la adquisición de piezas pertenecientes a estos cuatro artistas.

En total son once obras Formas de vida 304 (Life Forms 304), 2003 de Pello Irazu; Asedio I, 2003 de Koldobika Jauregi; La curva del destino, 2004 y Bastante más que infinito, 2001 de Jesús Mari Lazkano; y Torsión elíptica simple (Single ellipse), Doble torsión elíptica (Double ellipse), OLCR espiral (Spiral OLCR), Derecha-izquierda espiral (Spiral right-left), Punto ciego derecho (Blind spot right), Gran espiral (Large spiral) y Pieza de ocho planchas (Eight plate piece), todas ellas de Richard Serra que el artista finalizará en 2005.

Pello Irazu (Andoain, 1963) está considerado, junto con Txomin Badiola, como una de las figuras clave de la renovación de la escultura vasca y española a partir de la década de los 80.

Su obra, en sus inicios estrechamente relacionada con la concepción intelectual y escultórica de artistas como Jorge Oteiza y la lectura formal del minimalismo, tanto en su apreciación del espacio como en la utilización de materiales, se ha desarrollado hacia una poética personal con mayor contenido social. Uno de los temas recurrentes y fundamentales de su trayectoria artística es la casa como habitat, lo cotidiano, que se plasma en figuras y construcciones abstractas. La incorporación del espectador como parte importante para el funcionamiento de la obra, como elemento material-espiritual del conjunto, crea un espacio habitable en el que lo exterior y lo interior se entremezclan y se convierten en un lugar a la vez ideal, inquietante y desfuncionalizado.

En Life Forms 304, de 2003, instalación específicamente concebida para la Colección Propia del Museo Guggenheim Bilbao, Pello Irazu resume la diversidad de todos estos conceptos. Tal y como el propio artista ha apuntado, esta instalación ha sido creada “desde la comprensión de la arquitectura, dentro del marco singular de la arquitectura de Frank O. Gehry”, considerando el espacio como algo más que “un mero contenedor donde colocar cosas”, como elemento para “mediar entre la sala y el espectador”. La habitación como espacio para habitar está definida por un mural que recorre toda la pared con una línea, a modo de pasillo discontinuo, sobre la que cuelgan dibujos-objetos que luchan dialécticamente por su espacio. En medio se encuentra una escultura, en que reúne unidad y solidez, desintegración y fragmentación de los diferentes elementos formales que la componen, para consolidarse de nuevo ante la reivindicación del individuo de un espacio habitable.

Koldobika Jauregi (Alkiza, 1959) es, sin duda, uno de los escultores más importantes del País Vasco. Sus obras talladas en piedra o madera se caracterizan por formas simples, ligadas a la naturaleza y que son resultado de un análisis y una reflexión constante sobre conceptos como el espacio o el paso del tiempo. Figuró entre los diez artistas, junto con grandes figuras como Eduardo Chillida y Antoni Tàpies, seleccionados para la exposición Arte español en el fin de siglo, celebrada en 1999 en el Museo Würth de Künzelsau, Alemania.

Desde el año 2000 su obra se centra en la reflexión sobre las formas y aspectos que nacen desde la oscuridad, el cambio de las percepciones que se producen en la penumbra, idea que trata de reflejar en sus esculturas. Así mismo, el tema del paso del tiempo y la desaparición de las huellas que el hombre deja en la naturaleza está presente en Asedio I, de 2003, obra en la que reúne una escultura y un bajorrelieve para delimitar un lugar, un paisaje nocturno. En palabras del propio artista: “La noche posee rasgos. Posee la intuición que nos hace ver dichos rasgos. El tiempo se hace lento, cierra los ojos el pensamiento y todo es sensación, percepción. Nuestro andar erecto es dudoso y nuestra visión, soporte fundamental, nula. La sensación de todo desaparece y solo el oído percibe un sonido, como al acercarlo a una caracola vacía cree escuchar la mar, en este caso, cree escuchar el silencio. Cuando todo esto ocurre estamos en la noche, el sueño de la memoria y todo es rasgo. Siempre iluminamos para ver o percibir los espacios ¿no deberíamos tal vez oscurecerlos? Y en el negro espacio percibir las otras sensaciones que duermen de la luz del día”.

Koldobika Jauregi trabaja la madera con la talla directa, aplicando después el fuego a la superficie de sus piezas o tintas para borrar las huellas de la talla y dejar emerger nuevas marcas y formas en constante tensión entre lo figurativo y lo abstracto. Son signos y trazos que aluden a una síntesis de gran pureza entre la caligrafía de la superficie y la forma compacta de la materia del tronco. En ambas confluyen arquetipos de lo vegetal y lo arquitectónico, lo prehistórico, lo oriental y lo africano o de lo humano y lo construido.

Jesús Mari Lazkano (Bergara, 1960), artista vasco de reconocida trayectoria, recorre en su obra paisajes urbanos y naturales desde una visión en la que se manifiestan sus profundas raíces vascas, su espíritu cosmopolita y su interés por el pasado. Sus paisajes mentales, de factura realista, evocan la naturaleza poética de lugares de reflexión como Viena, Roma o Nueva York, y aúnan la mirada culta del cartógrafo y el aliento personal del artista.

En palabras de Lazkano: “La pintura refleja aquéllo que está fuera del cuadro, pero también todo aquéllo que proviene desde su interior, un espejo de doble vía, lo exterior, lo aparente, la anécdota, lo que conocemos, lo que vemos, lo que reconocemos, de la misma forma en que transparenta su interior, lo nuevo que nos cuenta, lo que sentimos, lo que se esconde tras las apariencias, lo inmutable del cambio, lo sublime de lo cotidiano, lo trascendente de lo sencillo, lo importante de lo desatendido (...)”.

Una de las características de la obra de Lazkano es la utilización de elementos arquitectónicos con los que reordena sus paisajes y que articulan la representación de una realidad imaginada filtrada por la memoria histórica y la experiencia personal. A través de ellos bucea en la historia del arte, construyendo sus “cuadernos de viaje” con fragmentos que nunca existieron pero que tienen correspondencias con momentos del pasado o del presente.

Tanto en La curva del destino, 2004, una pintura de grandes dimensiones (300 x 500 cm) que sería realizada específicamente para los espacios del Museo Guggenheim Bilbao, como en Bastante más que infinito, 2001 (130 x 225 cm), donación que acompañaría la adquisición, el artista nos lleva al encuentro con la ciudad de Nueva York. Según expresa Lazkano: “una ciudad no es nada si nadie nos enseña a comprenderla, si no nos proyectamos en ella, y para ello necesitamos aprender a ver, desde lo obvio hasta lo oscuro, desde lo cotidiano hasta el azar, y poder utilizar así desde tus propias fotografías hasta una postal”. La inspiración para estas obras ha de encontrarse en la fascinación de Lazkano por las fotografías de Nueva York realizadas por Berenice Abbott y publicadas en 1939 bajo el título Changing New York; las imágenes de Cast-iron in New York de Edmund V. Grillon o las tomadas por el propio Lazkano en esta ciudad. Las dos obras que el Museo se propone adquirir muestran arquitecturas de Mies van der Rohe en contextos imaginados, perspectivas reconstruidas en las que representa con extraordinario detalle todo el entorno matizado con elementos tipográficos y una ambigua tonalidad de la luz.

Con la adquisición de estas obras para la Colección Propia del Museo Guggenheim Bilbao, se completa, de manera significativa, la representación de la pintura y escultura vasca contemporánea a través de varios de los más destacados artistas actuales.

Richard Serra (San Francisco, 1939) es uno de los escultores más destacados del siglo XX, aclamado por su obra rompedora y desafiante, cuyo énfasis radica en el proceso de fabricación y en las características del material, y que integra al espectador en el espacio.

El artista ha elaborado un proyecto de siete nuevas esculturas monumentales que, junto con Serpiente, 1994-1997, constituirán una instalación permanente en la sala 104 del Museo, haciendo de éste un destino ineludible para experimentar la creación de este prestigioso escultor.

Esta instalación sin precedentes se centra en una serie reciente de Richard Serra que amplía el lenguaje formal que el escultor ha venido empleando en su carrera y analiza el potencial de movimiento de sus obras y explora la fisicalidad del espacio. Para ello propone un recorrido en el que el espectador va experimentando la evolución de las piezas, que van desde la más sencilla —la forma básica de la torsión elíptica— hasta la más compleja, como es la espiral, para ir introduciéndose, paulatinamente, en la experiencia sensorial del campo escultórico y aprendiendo un lenguaje cada vez más elaborado. Partiendo del concepto de la torsión elíptica, tema que ya explorara en la exposición presentada en el Museo Guggenheim Bilbao en 1999, el artista ha profundizado en este vocabulario elaborando formas cada vez más complejas. A partir de una elipse simple, construye una de mayor tamaño que alberga en su interior a la primera: es la doble elipse; y conectando el interior de una elipse con el exterior de otra, genera espirales cuyo interior no se puede anticipar desde el exterior. Las dos últimas piezas del recorrido tratan sobre la potencial variabilidad de los espacios, que construye utilizando secciones esféricas y toroidales que configuran entonos de muy diferente lenguaje, movimiento y percepción. Estas esculturas, que se mueven de forma inesperada cuando el espectador las rodea y recorre, generan una inolvidable sensación de vértigo, de espacio en movimiento.

La instalación ha sido concebida de tal modo que, al entrar en la sala 104, de hecho se penetra en el espacio de la escultura; la totalidad del volumen alargado de la sala es parte integrante del campo escultórico. La ubicación de las obras está pensada para que la circulación sea continua, de manera que al salir de una pieza, el espacio prosiga en la siguiente en un continuum de experiencia sensorial. Además, Richard Serra ha dispuesto cada una de las obras en función de la arquitectura que las acoge, prestando especial atención a la posibilidad de observar su interior desde el balcón de la segunda planta, a los arcos que articulan la parte central de la sala o al espacio más recogido del fondo de la galería para integrar la arquitectura de Gehry este flujo de fuerza y movimiento. En palabras del propio artista, el Museo Guggenheim Bilbao es “el único lugar del mundo en que podría hacer una instalación como ésta”.

Para más información:

 

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